jueves, 25 de julio de 2013

ESTE JUEVES...EL BOSUE




                      EL MAPINGUARÍ                         


      Mañana sería su gran día. Cuando el sol saliera por el horizonte comenzaría su gran viaje, el mismo que habían realizado todos sus antepasados antes que él. Tenía miedo, mucho miedo, pero no podía  manifestarlo de ninguna manera o no podría iniciar el ansiado aunque temido viaje.
         Encerrado en la choza desde hacía dos días, sumido en las alucinaciones provocadas por el Campí,* había volado como un águila por encima de los picos  nevados de una montaña, se había dejado llevar por las corrientes de aire y se había lanzado en picado para atrapar a  su presa. También había recorrido las aguas pantanosas del gran río deslizándose en el cuerpo de una anaconda, e incluso había sido devorado por esa misma anaconda, había experimentado en su propio cuerpo la angustia de sentirse aplastado por una fuerza superior. Había sido una mariposa de espectaculares colores, y un cocodrilo devorador de hombres, una mantis religiosa y otros muchos animales cuyo nombre no conocía.
         Ahora, el efecto del Campí ya había pasado. Tenía que estar sereno durante la noche y tener la mente despejada para el día siguiente, todos sus sentidos  bien despiertos para comenzar el viaje. Tenía diecisiete años. Muchos de sus amigos ya se habían iniciado, pero no podían   hablar sobre lo que habían sentido. No hacía falta, los sentimientos se reflejaban en sus caras.
         Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a salir, su padre y el hechicero del poblado vinieron a buscarlo. Ambos llevaban la cara pintada de blanco,  un taparrabos y la cabeza cubierta por un gran sombrero de plumas de ave del paraíso. Su corazón comenzó una carrera desbocada, pero nada podía hacer ya.
         Todos los habitantes estaban dispuestos en semicírculo alrededor del gran tronco donde estaban colocados los  guantes de rafia en los que el día anterior habían introducido hormigas bala, una de las especies más grandes y con la picadura más dolorosa del mundo. Antes de meter las manos en los guantes le untaron todo el cuerpo con un tinte negro ceremonial. No podía pensar, quería meter las manos cuanto antes y acabar con la tortura. Agarrado de un brazo por su padre y del otro por el hechicero introdujo  cada mano en un guante. La primera picadura no se hizo esperar, un dolor inmenso le subió por el brazo hasta la cabeza como una bala. No podía gritar, ni manifestar de ninguna manera el dolor que sentía. Los tres comenzaron un pequeño baile, cuatro pasos adelante y cuatro atrás a la vez que cantaban un mantra “eyyaya, eyyaya, eyyaya, eyyaya”.Las picaduras seguían sucediéndose y cada vez le parecía que el dolor era mayor. Tal vez no pudiera soportarlo, los cinco minutos se le hacían eternos, pero no podía sacar las manos de los guantes o sería la vergüenza de su tribu, todos se reirían de él, no podría participar en ninguna de las decisiones que se tomaran, no podría tener una esposa, y lo peor de todo, no podría ser cazador. Los cinco minutos pasaron y pudo sacar las manos de los guantes. No supuso ningún alivio, todo lo contrario, el dolor le subía por los brazos en oleadas cada vez más intensas. Los dedos estaban tan hinchados que todo parecía una masa informe, sentía cómo le latían y a la vez un calor abrasador. El suplicio no había hecho más que empezar.
        No podía tumbarse, ni sentarse, sólo podía caminar sin rumbo fijo abandonado por todos. El dolor no empezaría a remitir hasta el día siguiente. La cabeza le daba vueltas y a cada momento temía que iba a desplomarse. Comenzó a perder el contacto con la realidad, sin dejar de sentir las oleadas de dolor que parecía que lo iban a partir en dos. Todo se mezclaba en su cabeza, los árboles, el sol, la  oscuridad. Se veía corriendo a través de la selva persiguiendo un enorme monstruo con grandes garras en las patas, y una boca descomunal llena de dientes como puñales situada en el centro de su cuerpo. Estos periodos se sucedían con otros de completa lucidez en los que sentía el dolor con toda su intensidad. Aunque generalizado en todo el cuerpo, las manos eran brasas de carbón encendidas, palpitantes. Corrió hasta el interior del bosque y gritó y gritó hasta que su garganta se quedó muda.

         Por fin el dolor se hacía cada vez menos intenso, soportable. Volvió al poblado  y se presentó ante su padre y el hechicero con una amplia sonrisa en la cara. Ya era un hombre, y sobre todo, ya podía ir a cazar al Mapinguarí.

*Campí: Nombre inventado para designar una bebida con poderes alucinógenos.

lunes, 22 de julio de 2013

PERSIGUIENDO A EROS

     ADVERTENCIA: EL CONTENIDO DE ESTOS RELATOS ES ALTAMENTE ERÓTICO

   Recientemente hice un curso en la Escuela de Escritores de Madrid con Mercedes Abad, una escritora que me encanta y que ha escrito varios libros de relatos y varias novelas. No es que me interese especialmente el relato erótico pero este era el único curso que impartía en Madrid (ella vive en Barcelona) y no quise desaprovechar la oportunidad de aprender de alguien a quien admiro. Entre sus novelas, recomiendo "Sangre"y "El vecino de abajo" y entre sus libros de relatos "Ligeros libertinajes sabáticos"(galardonado con el Premio La Sonrisa Vertical), "Felicidades conyugales" y "Media docena de robos y un par de mentiras"
  El curso fue breve pero intenso y aprendí bastante, pero me quedo con esta cita de Cristina Peri Rossi:

"El erotismo es a la sexualidad lo que la gastronomía al hambre"

Y ahora os presento dos "escenas" eróticas que tuvimos que hacer como ejercicio a ver que os parecen.



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 Abrí la puerta de la celda, entré y la cerré con cuidado. Él se encontraba tumbado en el colchón. Sus manos estaban esposadas a la espalda. Me miró  con sorpresa al verme sola. Le dije que se pusiera de pie y lo hizo sin rechistar aunque desafiante. Me gustaba verlo así, indefenso, pero a la vez con su actitud de eterna rebeldía. La mejilla se le había empezado a hinchar pero aun así era bello. Despacio, rodeé su cuerpo y comprobé las esposas, se le clavaban en la carne, sin embargo, era demasiado orgulloso para quejarse. Su enfrentamiento con el encargado del departamento le había costado caro.
   - Voy a aflojarte las esposas, pero prométeme que no intentarás nada. Asintió con la cabeza.   

    No se movió cuando se las aflojé pero la mirada de sus  increíbles ojos verdes me perturbó. Instintivamente acerqué mi mano a su mejilla dolorida y él se dejó acariciar. Mi dedo pulgar dibujó entonces el contorno de su boca y el la abrió introduciéndolo  y chupándolo sin dejar de mirarme. Un cosquilleo de placer se empezó a formar en mi vientre bajando hasta mi sexo y en ese momento supe que estaba perdida. Me quité el uniforme y  el comenzó a chuparme los pechos con ansiedad, todavía con las manos esposadas. Me apreté contra su cuerpo y noté su polla dura, luchando por liberarse. Bajé sus pantalones introduciendo  su palpitante miembro en mi boca a la vez que apretaba su culo. Empujándolo, lo tiré sobre el colchón y poniéndome a horcajadas sobre él, lo follé hasta lograr el  orgasmo más increíble de mi vida.


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   Abrí la puerta de la celda. Él se encontraba tumbado en el colchón. Sus manos estaban esposadas a la espalda. Su mirada inicial de odio se transformó en sorpresa. Le ordené que se pusiera de pie y lo hizo sin rechistar aunque desafiante. Me gustaba verlo así, indefenso. Comprobé que las esposas no le apretaban demasiado. Quítemelas, me dijo. Por un momento pensé en hacerlo pero decidí recrearme un poco. Me acerqué a él, sentí su aliento y con mi dedo dibujé la silueta de su boca, sin dejar de mirarme, la abrió y yo metí mi dedo. Un cosquilleo de placer se empezó a formar en mi vientre. Me quité el uniforme y con la mano detrás de su nuca le obligué a besarme las tetas. Dejé de hacer presión pero él seguía chupando, succionando, mordiendo. Por un momento mi miedo supero al deseo. Podía morderme. Me retiré y él me suplicó bajito, no por favor. ¿Te vas a portar bien? le dije enseñándole la llave de las esposas. Asintió, pero quise hacerle sufrir un poco más. Volví a meter mis dedos en su boca y llenos de su saliva los introduje entre mis bragas ¿Quieres hacerlo tú? Le dije. ¿Quieres follarme? Le bajé los pantalones y su miembro se liberó, enhiesto, palpitante. Suavemente lo introduje en mi boca saboreándolo mientras lo oía gemir indefenso, con las manos a la espalda, intentando quitarse las esposas. La idea de que alguien nos pillara me excitaba aún más. Cuando ya no podía más, cogí las llaves y le quité las esposas. Me tiró en el colchón y me inmovilizó con sus brazos ya liberados. Ahora si te voy a follar, me dijo, introduciendo su polla hasta el fondo de mi vagina moviéndose a un ritmo frenético hasta que exploté en el orgasmo más increíble de mi vida con las llaves de las esposas todavía en mi puño cerrado.


   Los números no tienen otro significado sino el número de palabras que tiene cada texto







miércoles, 17 de julio de 2013

ESTE JUEVES....EL POZO DE LOS DESEOS



   Sentada en el brocal, recordaba aquel día de primavera en el que, ilusionada, tiró su moneda y deseó encontrar a un hombre que la quisiera tanto como a su propia vida. De esto hacía bastantes años, y el pozo milagrero se lo había concedido.

   Carlos la quería tanto tanto, que no permitía que ningún otro hombre posara siquiera su mirada en ella.  Tanto, que llegó al extremo de asfixiar (aunque esto no lo pudiera demostrar) a su hijo a los pocos meses de nacer, para que nadie se interpusiera entre su amor. Tanto, que la había separado de su familia y amigos para tenerla cautiva en una jaula de oro y solo poder mirarla él. Recordó entonces una frase que leyó en algún sitio “ten cuidado con lo que deseas, podría hacerse realidad” Con lágrimas en los ojos, se dejó caer al negro abismo del pozo y deseó dejar de desear para siempre.

   Mas deseos en el pozo de SAN



lunes, 8 de julio de 2013

ESTE JUEVES.....HISTORIAS BAJO LAS PINCELADAS





     Me he permitido transgredir "un poquito" la consigna de este jueves ya que hice este relato para un curso de relato erótico y al ver la consigna  "juevera" me pareció que podría valer.


                                                                SU DIOS

  Cada día lo veía dos horas. Él ni siquiera de percataba de su presencia, subido en su pedestal miraba al frente con la cabeza alta, orgulloso de su cuerpo y sabedor del deseo que provocaba. Ella lo miraba, deseaba que esos brazos fuertes y torneados rodearan su cuerpo, tocar, apretar, amasar sus glúteos duros y bien definidos. Imaginaba su miembro erecto dentro de ella, se preguntaba  cómo sería sentir el empuje de un cuerpo así, con las proporciones perfectas, todo músculo, terso, suave, sin notar  la masa blanda y gelatinosa que caía sobre ella cuando hacía el amor con su marido. Sentada en una esquina, observaba a la gente pasar y quedarse maravillada por la belleza de ese cuerpo.

   Hoy era el día, había cambiado el turno con una compañera para hacer el último. Cuando llegó la hora de cerrar el museo y la sala se desalojó, Lucía tapó la cámara de seguridad con su chaqueta y acercó su silla al pedestal. Su respiración estaba acelerada, el peligro de ser descubierta la excitaba aún más, su cuerpo temblaba  y su sexo estaba húmedo y caliente.   Mirando hacia los lados se desabrochó el pantalón  y comenzó a masturbarse con una mano  mientras se apretaba a su dios y  tocaba el cuerpo duro y frío de la estatua de Apolo.
                           

        

miércoles, 3 de julio de 2013

LA VERDADERA HISTORIA DE L.E.L.O.








     Esta historia está basada en un hecho real ocurrido en el metro de Madrid, pero podría haber ocurrido en cualquier otro. Lo único real es el hecho de que "un policía fuera de servicio se tiró a la vía del tren para salvar a una mujer", lo demás es pura invención.




                                                         L.E.L.O.

   Es un día soleado de  primavera. Nuestro protagonista Luis Ernesto León Otero camina casi feliz hacia su casa, ajeno a los avatares que convertirán su hasta ahora apacible vida en una montaña rusa.
   Su felicidad no es completa debido a una ligera indisposición estomacal que le impide desarrollar su trabajo con normalidad. Luis Ernesto es policía nacional en una comisaría del barrio de Carabanchel en Madrid, y como es natural no puede estar parando a cada momento el coche patrulla para buscar un sitio donde poder evacuar. En sus seis años de servicio, es la primera vez que se encuentra en un trance semejante, y ha tenido que soportar estoicamente el cachondeo y las burlas de sus compañeros.
   Desde que un listillo se dio cuenta de la palabra que formaban las iniciales de su nombre, LELO, se ha convertido en el hazmerreír de la comisaría. Tal vez influya su natural forma de ser tranquila, plácida, apacible. O su apariencia física, 1´65 (estatura mínima para ingresar en el cuerpo desde 2007) complexión fuerte, cara aplanada con los ojos ligeramente saltones e incluso esa especial capacidad para tropezar y darse golpes con todo lo que se interpone en su camino.
   Luis Ernesto empieza a correr cuando le quedan escasos metros para llegar a su casa. Abre la puerta mientras comienza a desabrocharse el cinturón y se introduce en el cuarto de baño a la vez que avisa a su mujer de que está en casa. Pero Lola, ocupada en otros menesteres, no se da por enterada de su presencia.
   Sentado en la taza del váter, esperando a que su intestino se tranquilice, Luis Ernesto escucha en la habitación de al lado unos ruidos que identifica a la perfección. Dios mío, su mujer lo está engañando con otro. No hay duda. No puede ser que esto le esté pasando.   ¿Qué puede hacer? Un sentimiento de rabia se apodera de él pero otro movimiento intestinal le hace permanecer anclado a la taza. Los suspiros, jadeos, ruidos del colchón y otros inidentificables se suceden. Qué situación más ridícula, piensa, mientras el sentimiento inicial de rabia se va diluyendo. Siempre pensó, cuando se casó con Lola, que había tenido mucha suerte en que una mujer como ella se hubiera fijado en él. Demasiado le había durado. ¿Qué hago ahora? Entro furibundo en la habitación y monto un escándalo o lo dejo correr a ver si me lo cuenta. A lo mejor solo es una canita al aire. No puedo pensar con claridad. Qué situación Dios mío. Parece de chiste. Mejor me voy a casa de mi madre y lo pienso todo con calma.
   Cuando sus tripas le dan un pequeño respiro Luis Ernesto sale de su casa sin hacer ruido y sin mirar siquiera quién es el tío con el que se la está pegando su mujer. Le da igual, seguro que es un tío alto, guapo y musculoso. Camina cabizbajo y arrastrando los pies. Su madre vive a dos paradas de metro. Mientras dobla la esquina del pasillo hasta las vías, no se da cuenta de que uno de los cordones de sus botas se ha desatado. Se acerca hasta el final del andén y la fatalidad hace que se pise el cordón con el otro pie y haciendo un extraño movimiento se precipita a la vía. De pronto oye voces animándolo: ¡Vamos vamos! ¡Corre! ¡Venga! Aterrado, se da cuenta de que más adelante una señora ha caído también a la vía y que el tren viene hacia ellos. Reacciona con celeridad, corre hacia la mujer que parece inconsciente. Todo ocurre muy rápido, sin pensar la coge por las axilas y la lleva hasta la vía que queda libre. El tren ha conseguido parar en el último segundo. Numerosas manos se tienden hacia él y le ayudan a subir a la mujer al andén. Después sube él, está aturdido, la gente lo felicita ¡Es un héroe! ¡Le ha salvado la vida! ¡Qué valor! ¡Es un ángel!

   A partir de aquí todo sucede como en un sueño, televisión, radio, periódicos, internet. Todos creen que se lanzó a por la mujer,  en las cámaras no se ve bien lo ocurrido porque alguien lo tapa, y por supuesto no va a ser él quien lo desmienta. En cuanto al asunto de Lola, de momento lo va a dejar pasar. Hay muchas jovencitas encantadas de acostarse con un héroe.






















     Las fotos han sido realizadas por mi hijo Mario en nuestro viaje a Londres.