miércoles, 16 de noviembre de 2016

PARECÍA TENER VIDA PROPIA





   Sigo haciendo limpieza del blog y rescatando relatos que participaron en Letra Digital de Uruguay en la iniciativa Octubre en LDU. En esta ocasión el relato es del año pasado.


PARECÍA TENER VIDA PROPIA
    Antes de abrir los ojos, Adriana ya sabía que algo no iba bien. Sentía su cuerpo diferente, pero pensó que podría ser efecto de la resaca. La noche anterior se había pasado con el alcohol y la nueva droga que estaba haciendo furor en el mundo de la noche. Vagamente, recordó haberse ido a casa de una chica que había conocido en un pub para lesbianas. Notaba un cuerpo caliente y pegajoso al lado del suyo. Poco a poco abrió los ojos temerosa de lo que iba a encontrarse. El cuerpo con el que compartía lecho no la asustó, lo que sí la asustó fue el suyo propio. Una mano grande y peluda parecía ser el final de su brazo. El corazón le dio un vuelco y encendió una pequeña lámpara que había en la mesilla. Miró su cuerpo desnudo y se horrorizó. Sin duda todavía estaba dormida porque lo que estaba viendo no podía ser verdad de ninguna manera, pero si no lo estaba del todo, en ese momento sus sentidos se despertaron de golpe, levantó las sábanas y observó unas piernas grandes y velludas que terminaban en unos enormes pies que no reconocía como suyos pero que se movieron con las órdenes de su cerebro. La pesadilla continuó cuando, atónita, vio como debajo de su prominente barriga también cubierta de espeso vello negro apareció un pene erecto. Al borde del ataque cardíaco tocó sus pechos para comprobar que su suave redondez  se había tornado en algo áspero y flácido. Un gritó intentó salir de su garganta pero consiguió retenerlo haciendo un enorme esfuerzo. El cuerpo de la mujer que estaba a su lado se volvió hacia ella permitiéndole verle el rostro. No tenía la más mínima idea de quién era, pero pensó que sería mejor no despertarla. Salió de la cama decidida a encontrar un espejo donde poder mirarse la cara. Había ropa tirada por el suelo de la habitación, reconoció la minifalda, la camisa negra y los zapatos de tacón que llevaba la noche anterior, pero era imposible que pudiera ponerse esa ropa ahora ya que su envergadura era casi el doble.
   Cuando se miró en el espejo del cuarto de baño su desolación fue total al comprobar que la cara que le devolvió el otro lado era la de un hombre o algo similar, con los ojos hundidos, las cejas grandes y pobladas, la mandíbula cuadrada y una barba espesa que casi le impedía ver una boca de labios finos. Las lágrimas empezaron a caer por su mejilla. Su cuerpo, antes femenino, voluptuoso, suave y estilizado, se había  convertido en el de un hombre que más parecía un mono dada la gran vellosidad que recubría todo su cuerpo.
   Esto había sucedido hacía tres semanas y hasta la fecha nada había cambiado. Cada mañana, cuando despertaba, Adriana se tocaba ansiosa entre las piernas con la esperanza de que esa parte de su cuerpo hubiera desaparecido pero no solo no lo había hecho sino que además parecía tener vida propia y la obligaba a cumplir con ciertas exigencias. Su miembro se despertaba duro y enhiesto como el mástil de una bandera y Adriana sentía una enorme ansiedad por liberar lo que llevaba dentro, acariciándose con frenesí hasta que el líquido blancuzco se derramaba sobre su mano. A veces, también sentía ese impulso incontrolable a otras horas y en otros lugares que la obligaban a buscar unos baños o algún rincón apartado para masturbarse. Había dejado de viajar en metro, porque la simple visión de algún cuerpo femenino tan cerca de ella que hasta podía oler el aroma de su sexo, la hacía excitarse de tal manera que tenía que bajarse inmediatamente pues una fuerza imparable que le nublaba la mente intentaba acercarla hacia ese cuerpo para apretar su miembro contra él y calmar así el  dolor que le producía la tremenda erección.
   Durante un tiempo fue capaz de dominarlo pero un día el deseo era tan grande y tan imposible de doblegar  que se acercó a una chica que estaba de pie sujeta a la barra del vagón y arrimó el bulto de su bragueta a sus nalgas enfundadas en unos tejanos. En ese momento sintió un ramalazo de placer en la boca del estómago, se acercó más a ella y empujó  aprovechando el movimiento del metro. La chica se dio cuenta y empezó a dar voces insultándola, siendo secundada por algunas personas que la increpaban y la obligaron a bajarse en la siguiente estación. No volvió a viajar en metro pero no olvidó esa sensación de su miembro duro empujando el culo de la mujer y esa imagen empezó a introducirse en su cabeza hasta el punto de que le impedía dormir y tenía que masturbarse hasta cuatro o cinco veces solo durante la noche, a lo que se sumaban otras tantas durante el día. Un sentimiento de rabia y de rechazo hacia un físico que le repugnaba y especialmente a ese apéndice que la tenía esclavizada, comenzó a apoderarse  de su mente pero era incapaz de resistirse al urgente deseo de masturbarse que la corroía por dentro. Había dejado de levantarse de la cama excepto para comer algo cuando el hambre, además de la constante excitación, devoraban su cuerpo. Pasados unos días, cuando la comida de su frigorífico se acabó e incapaz de salir de casa por temor a que su deseo compulsivo la obligase a hacer algo que no pudiera controlar,  ni siquiera se levantaba al baño para cubrir sus otras necesidades fisiológicas y su cuerpo permanecía tendido en una mezcla putrefacta de orines, semen y excrementos, mientras  ella se debatía entre las alucinaciones producidas por su estado febril y enajenado.
         Cuando Adriana, encerrada en un cuerpo de hombre que parecía vivir únicamente para satisfacer un deseo sexual que la imposibilitaba dejó de respirar, su miembro, lleno de llagas purulentas e infectadas, siguió desafiándola, permaneciendo erecto cuando  la policía, avisada por los vecinos del olor nauseabundo que salía del piso, echó la puerta abajo y entró en la habitación.



                    

8 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una transformación terrorifica, como el no poder revertirla.
Bien por recuperar este texto.
Que habrá pasado con LDU?
Un abrazo.

Demian dijo...

Buen relato que nos deja boquiaboertos Charo. Me alegra vayas rescatando estos tesoros del espacio. Un abrazo

Charo dijo...

Gracias Demiurgo!
Eso mismo me pregunto yo, que qué habrá pasado con LDU...es una pena que esté inactivo, a mí me gustaba mucho el mes de octubre.
Un beso

Charo dijo...

Gracias Demian...sería terrorífico que algo así me pudiera suceder...
Un beso

Noa dijo...

Poco a poco te irás haciendo con tus relatos, paciencia. Éste en concreto da bastante miedillo.

Un beso preciosa,

Noa

Charo dijo...

Gracias Noa! A mí misma me produce mucho miedo...creo que por eso lo escribí, como una especie de catarsis...
Un beso

José Antonio López Rastoll dijo...

Por fin alguien comprende a los hombres. Un relato bestial. He reconocido a Kafka, cómo no hacerlo, aunque lo que le ocurre a tu personaje me parece incluso peor. Y ese final álgido, entre trágico y cómico, ha colmado todas mis expectativas.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

La esclavitud tiene distintas caras....exclavo del deseo sexual, hasta a acabar con la vida..mal asunto.
Nauthiz